Espacios mínimos, eficientes y austeros, tanto en sus medidas como en su materialidad, porque el único lujo aquí es el paisaje”, esas fueron las principales premisas que Guillermo Acuña tuvo al momento de proyectar su casa en la isla Lebe, un pequeño islote que flota en la bahía de Rilan, en Chiloé, Chile.
“El proyecto empezó el año 2010 y lo he venido desarrollando durante los últimos años sin parar. Tiene una parte náutica y otra botánica. La idea era contar con un lugar de buen fondeo para la navegación y disponer en él algunos refugios a modo de extensión en tierra de los veleros. En el fondo, tener una pequeña marina privada. Encontré el lugar en muy malas condiciones. Muy contaminado en sus playas por la inmensa cantidad de desperdicio de la industria acuícola de la zona y absolutamente deforestado. Pero geográficamente era perfecto, un pequeño islote de 5 hectáreas en el centro de Chiloé mirando caer a la cordillera de Los Andes al mar. Una maravilla. Empecé construyendo una casa de botes en la playa más contaminada de la isla. Al poco tiempo de construida la casa de botes, la playa se fue limpiando, la gente dejó de tirar la basura y el borde se fue ordenando, y se fue armando un jardín alrededor. Luego hice el segundo refugio: 60 m2 en dos plantas, 3 dormitorios y un baño en la planta inferior y un estar comedor cocina acristalado en la superior. Vivir ahí ha sido uno de los ejercicios más lindos de mi vida. No tengo nada ni necesito nada. No hay cuadros, no hay objetos ni nada que falte o que sobre. Solo el paisaje, los chilcos, los cielos y las mareas dan sentido al interior. 60 m2 son muchos metros cuando no necesitamos nada”, cuenta el arquitecto.
–¿Cómo condicionó el paisaje tu proyecto?
–En “todo”, como en todos mis proyectos. A estas alturas de mi carrera pienso que es el ser humano el que se tiene que adaptar al paisaje y no al revés, y las casas o los edificios deben entenderse como detonantes de ese paisaje, como oportunidades de contemplación, de reforestación, de conexión con la naturaleza. Deben ser un regalo al paisaje, el inicio de un “jardín”.
–Hay un uso generalizado del color rojo, tanto en los exteriores como en el interior de la construcción, ¿a qué responde esta decisión?
–El color rojo aparece en la floración de los chilcos durante la primavera y el verano. Está lleno de chilcos donde se levantaron las casas. El rojo es un color que funciona bien con el verde del paisaje y también con el gris del cielo y el mar cuando está nublado. Me gusta su personalidad, su vigor en los días oscuros. Me ayudó a confundir los límites entre el jardín y los volúmenes.
–¿Cuáles son los usos de los distintos volúmenes?
–Los volúmenes son pequeños refugios en tierra pensados como extensión de un velero que ocupamos para la navegación por los fiordos. Tienen en promedio 60 m2 cada uno, con capacidad para 6 personas, estar/comedor /cocina y tres habitaciones pequeñas. Son como un barco en tierra. Lo suficientemente grandes para pasar algunos días en ellos y lo suficientemente chicos como para que te den ganas de salir a navegar. En el primer volumen tenemos el Salón Rojo, una cocina, estar y sala de juegos, donde nos juntamos a cocinar, a jugar cachos, pool, a conversar y a bailar. Todo lo común pasa en el Salón Rojo, así los refugios quedan más tranquilos y dados a la contemplación