Diseño

EN CIUDAD DEL CABO, SUDÁFRICA

Color y Locura

Sueño como el Sombrerero Loco de Alicia en el País de las Maravillas, pero no estoy loca”, ríe Sarah Ord, al mismo tiempo que intenta darle sentido a la mezcla de muebles, obras de arte, reliquias familiares y curiosidades que llenan su hogar y el de su marido Nigel en Ciudad del Cabo.

El año pasado, se cambiaron de una pequeña casa en el centro de la ciudad a la que perteneció a la madre de Sarah en el frondoso suburbio de Claremont, para asegurar más espacio para sus hijos Charlie, de cuatro años, y Sam, hoy de un año y, en ese entonces, a punto de nacer. Sarah sintió, tras la mudanza, que debía pintar las pare- des del comedor, la cocina y el living en un verde bosque vibrante, inspirado en el color de una jarra de cerveza de cerámica que había encontrado en una tienda de antigüedades, ahora utilizada como un florero al lado de su cama. Los armarios de la cocina cambiaron de blanco a azul, un viejo gabinete de roble gris cambió a rojo y la puerta de entrada, que había pasado por el verde botella, amarillo y rojo, se cubrió de azul también. “Una vez que empiezo, no puedo parar”, sonríe Sarah. El color es solo una de las muchas atracciones de los interiores de esta casa.

También hay un amor por las telas, cajas lacadas, cerámicas, cestas y antigüedades. La diseñadora se confiesa adicta a Gumtree, sitio de avisos clasificados que rastrea a altas horas de la noche en busca de nuevos artículos para agregar a su colección. De esta forma, su casa es una representación visual de tales compras y adquisiciones. Las antigüedades son las únicas piezas que Sarah no interviene. La cama de Sam es un ejemplo: sus patas torneadas y bordes contorneados evidencian una artesanía excepcional. Fue comprada en la mencionada página web y viene de una familia que la había conservado a través de ocho generaciones. “La gente no sabe el valor de lo que están vendiendo”, dice Sarah, incrédula. “Traigo las cosas viejas a un contexto moderno, las limpio, y son como nuevas joyas”. En algunos casos, se trata simplemente de reinventar los usos de los materiales.

Las telas son el mejor ejemplo. Recopiladas a lo largo de los años, estas variadas piezas de tela –desde impresiones de ikat y de cera africana hasta estampado floral y de leopardo– han servido para variados usos. Sin embargo, nada es más tradicional que las cortinas de chintz en el comedor. Admiradora del diseñador británico John Fowler, Sarah cree que el patrimonio puede dialogar cómodamente con el diseño contemporáneo si se hace de la manera correcta. No teme, de esta manera, exhibir la cristalería que recibió como regalo de matrimonio y platos de co leccionista Wedgwood, junto con modernas ollas marroquíes y candelabros de madera comprados al costado de la carretera.

Su colección de arte es igualmente ecléctica: pinturas heredadas de su bisabuela, papel de seda enmarcado de una farmacia en Italia, un grabado de Picasso manchado de aceite y piezas valiosas de la exposición anual de graduación de la Escuela de Bellas Artes de Michaelis aseguran que cada pared en la casa tiene una historia que contar. Habiendo jurado no dejar nada en el almacén cuando se reubicaron, tuvo que hacer la habitación para cada artículo que ha reunido después de vivir en Ciudad del Cabo, Johannesburgo, París y luego en Londres y las Maldivas con su esposo hotelero. “Es una mezcolanza de todas las cosas que amo”, dice Sarah sobre el hogar. “Es lo que somos: color y locura”, concluye.