Arquitectura

JULIA MORGAN, La primera arquitecta del mundo

Hace cuatro años que la prestigiosa medalla de oro del AIA (American Institute of Architects) fue recibida por Julia Morgan (San Francisco, 1872-1957). Un premio –entregado también a Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Alvar Aalto, sir Norman Foster, César Pelli, Frank Gehry, Santiago Calatrava y Renzo Piano, entre otros– que le fue otorgado de manera póstuma en reconocimiento a sus más de 700 proyectos en Estados Unidos –donde se consideran muchos edificios de la Young Women’s Christian Association (YWCA)– y por haber sido la primera arquitecta titulada del mundo. Una pionera que amaba la arquitectura a tal punto que siendo una joven ingeniera civil –de la Universidad de Berkeley– viajó a Francia para estudiar finalmente lo que más la apasionaba en la Escuela de Bellas Artes de París. El mentor de Julia fue su profesor de Berkeley Bernard Maybeck, del movimiento Arts and Crafts. Con él trabajó mientras estaba en ingeniería y fue tanto el interés que vio que ella tenía por la arquitectura, que la impulsó a que viajara a la capital francesa –ya que en la Costa Oeste de Estados Unidos no se enseñaba arquitectura– y dejara atrás la vida que le estaba destinada a tantas hijas de familia acomodada como ella. A París llegó en 1896, pero tuvo que esperar dos años para empezar a estudiar, ya que nunca se había admitido a una mujer en esa escuela, como se afirma en una de sus biografías.

Un grupo de bañistas en el Phoebe Apperson Hearst Memorial y dos libros que presentan el trabajo de Julia Morgan. Uno de ellos es de Sarah Holmes Boutelle, donde la portada incluye “The Castle”, y el segundo, con la piscina, es de Mark Wilson.

En 1902, a los 30 años, se tituló de arquitecta y regresó a su país, en el que desarrolló sus primeros trabajos con el arquitecto John Galen Howard. En 1904 obtuvo la licencia para desempeñarse como tal en California y abrió su estudio. Con dedicación, poco a poco, empezó a ser reconocida como una muy buena profesional, cuyo estilo de trabajo iba de la mano de los clientes y lejos del ego, algo que quizás fue por su carácter o porque era la manera en que como mujer pudo hacerse su espacio en un ámbito laboral que hasta ese entonces era casi 100 por ciento masculino. Pero más allá de las suposiciones, su estilo pasó a ser muy californiano, en el que confluyen el Tudor, el colonial español –con bastante teja– y el morisco, entre otros.

Realizó uno de sus primeros proyectos importantes después del terremoto de San Francisco de 1906 y correspondió a la reconstrucción del Hotel Fairmont. Posteriormente apareció lo que en su caso terminó siendo casi “el encargo de su vida”, por decirlo de alguna manera, y fue de la mano del magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearst. Se dice que su relación laboral comenzó porque en unas reuniones de mujeres en pos del sufragio femenino Julia conoció a la filántropa Phoebe Apperson Hearst, la madre de este legendario millonario –y en el que se basó Orson Welles para su película El Ciudadano Kane– y le remodeló una casa. Ese habría sido el punto de partida para que él le encargara un proyecto que no se concretó, pero que derivó en que la solicitara para el edificio de uno de sus periódicos, el Los Ángeles Herald-Examiner. Como la experiencia fue un éxito, comenzaron a trabajar juntos y en ella confió para que se encargara de su residencia familiar conocida como The Castle, en San Simeon, California, con 165 habitaciones, distintos jardines, casas de huéspedes, piscinas y hasta un zoológico.

Ahora a él no solo le proyectó su “castillo”, sino que estuvo preocupada hasta del más ínfimo detalle que cualquiera se pueda imaginar. A tono con el encargo y el mandante, el trabajo duró casi 30 años y en la California Polytechnic State University, más conocida como Cal Poly, existe una notable documentación de su relación, basada en telegramas y cartas donde se aprecia cómo se iban dando las directrices del proyecto, se contaban sus avances, daban ideas e incluso Julia le recomendaba a Hearst una estupenda cocinera europea.

Por ejemplo, en una correspondencia del 6 de febrero de 1920, Hearst le escribía: “Estimada señorita Morgan: Creo que valdría la pena hacer una casa con un pequeño carácter morisco. Puede que no sea ninguna de las tres casas que estamos construyendo ahora, ya que probablemente hemos avanzado demasiado para cambiar incluso los detalles; pero una cuarta casa, en algún lugar en el lado sur de la colina o incluso en el lado este de la colina podría ser construido en este estilo”. Diez días después ella le escribía por su parte: “Estimado Sr. Hearst: Fue un placer saber que le gustó el diseño de la casa ‘A’, ya que realmente creo que será bueno. Estoy trabajando hoy en una adaptación del mismo tipo para la casa ‘B’, pero siento que queremos mantener la pérgola para esta casa, a menos que objete, ya que de lo contrario la cancha no sería lo suficientemente profunda. Para la casa ‘C’ enviaré un diseño que será un cruce entre la casa ‘A’ y el estudio original para ello”.

Cuando el negocio periodístico de Hearst empezó a decaer en los años 30, el empresario no continuó con su castillo –que no habría tenido fin– y Julia siguió con otros clientes. A principios de la década del 50 ella se retiró.

Murió en 1957, dejando, como contábamos, unos 700 proyectos en su portafolio y una cantidad de bosquejos, planos y dibujos que hoy en su mayoría los tiene la Cal Poly. Estos dieron el sustento para que Julia recibiera el premio de la AIA, que se entrega desde 1907 y que entre sus medallas póstumas cuenta la dada a Thomas Jefferson, tercer Presidente de Estados Unidos, autor de la declaración de Independencia de su país y que como arquitecto adaptó el lenguaje clásico, destacando su proyecto para el capitolio de Virginia. En cuanto a mujeres, Julia fue la primera en recibir este premio, la segunda fue Denise Scott Brown, junto a su marido y socio Robert Venturi (conocido por su frase “Less is bore” en contraposición al “Less is more” de Miss van der Rohe), en 2016. En el caso de Scott Brown, el reconocimiento hizo “justicia”, ya que Venturi ganó el Premio Pritzker en 1991, sin la mujer con la que ha trabajado durante su vida.