Este gigante de hormigón nos sumerge en la sensación de la seguridad, el abrigo y el confort que provee un abrazo, el contacto de dos cuerpos. Y fue justamente lo que el estudio de arquitectura EFE plasmó en la obra a nivel arquitectónico. “La Casa Roca nace de esa inspiración visual y a la vez invisible. Su piel curva de hormigón visto rodea los tres lados de mayor concurrencia de la construcción y brinda una privacidad acogedora. De su manto macizo salen las ventanas y a través de ellas, entra una hermosa vista hacia las montañas cercanas”.
De este concepto se desprende el mayor atributo de la Cada Roca: ser un santuario del descanso y la intimidad, con un dominio en el espacio de muros blancos, detalles en madera y vegetación y el inconfundible hormigón visto. “EFE quiso explorar al máximo la plasticidad del hormigón, un reto que llevó a sus arquitectos a resaltar las curvas y texturas en varias escalas. Se levantaron duelas rústicas para el encofrado del material, para luego pulir ciertas áreas. Un dibujo se trazó durante ese ejercicio y de él nace el mural escultórico dispuesto en la fachada”, cuenta Felipe.
Aquí los materiales se caracterizan por su pureza. Fueron tratados sin recubrimientos devolviendo la “dignidad al sistema constructivo”. Se jugó además con la ventilación y la luz, que entran por varios puntos de fuga, fácil- mente, sutilmente, como si se entrara a un ambiente natural de exterior pero dentro de la casa. La estructura también se define por tener varios espacios y detalles con formas curvas en tres dimensiones. “Esto le da un carácter único a la casa y la sensación de que el proyecto se trabajó como si fuese una artesanía. El proceso fue parecido a hacer una cerámica en escala grande”. Para esto sus creadores combinaron tecnología de punta con mano de obra local y un know-how especializado de hormigón. Para resolver las curvas en construcción, los arquitectos aplicaron varias técnicas no-standard.
DESDE ADENTRO
La Casa Roca es imponente desde todos sus ángulos y desde afuera hacia adentro. Felipe nos lleva a un recorrido conceptual por su interior definiendo al área de la sala y el comedor como “el corazón”, que comparten un espacio de doble altura situado en el centro de la planta, 10 metros por 9 metros, sin columnas. Dice que, a través del uso de una loza alivianada y fundida con casetones, fue posible la recreación de este ambiente mágico. El techo quedó con una textura que no requiere recubrimientos; “es un elemento de decoración, un regalo del material”.
Las gradas son consideradas por Felipe como “la joya de la casa”, porque fueron pensadas para ser más que eso. Son una escultura curvilínea de madera suspendida en el espacio con solo dos puntos de apoyo. Estas se conectan en la segunda planta con un puente de madera que separa el cuarto máster de los otros dormitorios. Ahí destaca un ambiente lleno de vegetación con macetas que incluyen un sistema de riego y drenaje inteligentes.
En medio de tanto hormigón ¿qué hay de la iluminación? Como el digno santuario de descanso y relajación, la Casa Roca fue creada para que su luz resultara cálida e indirecta, funcional pero controlada para que sea suave y adecuada para el descanso durante la noche. La fachada posterior se abre hacia el patio con ventanales de piso a techo. Al abrirlos, se esconden en bolsillos de madera y dejan en evidencia la falta de límites entre el interior y el exterior. Afuera, en donde suceden las actividades sociales, está protegido por muros laterales y 25 metros de un volado aislante del sonido y del viento. “La casa se construyó en ocho meses, un tiempo récord para construcciones de hormigón de esta escala. El proceso constructivo fue planificado de una forma en que se optimizaron los recursos para lograr un costo por metro cuadrado muy por debajo del mercado”, dice Felipe.