LA OTRA MIRADA DE IRVING PENN
Irving Penn murió a los 92 años en 2009, dejando atrás casi siete décadas de trabajo que le valieron ser considerado uno de los fotógrafos más importantes, influyentes y famosos del mundo. Su fama viene más que nada de su trabajo para Vogue, donde durante largos años elevó la fotografía de moda y belleza a un arte, añadiendo a imágenes de productos y vestidos una mirada tan limpia y certera que podría definirse como de laboratorio, poniendo una abeja sobre un labio intensamente rojo y pulposo, por ejemplo; convirtiendo un vestido de Balenciaga en una caparazón antropomórfico; o lanzando un balde de leche sobre el rostro de una modelo para ilustrar las propiedades de alguna crema.
Criado profesionalmente bajo la protección del legendario Alexey Brodovitch en su Laboratorio de Diseño y, posteriormente, en la dirección artística de Harper’s Bazaar en la década del ’30, Penn desarrolló rápidamente su propio estilo donde combinó su interés por la arquitectura, la ciencia, la historia, la sociología y, sobre todo, la pintura, una pasión que lo acompañó desde su juventud. Muchos de sus retratos más célebres –Truman Capote, Yves Saint Laurent, la duquesa de Windsor, Jean Cocteau, Picasso– fueron captados contra una tela con textura, un lienzo similar al que usaría un artista plástico.
La segunda parte de su carrera se desarrolló bajo la supervisión de Alexander Liberman que, como Brodovitch, era también un emigrado ruso y tenía por entonces el importante cargo de director artístico de Vogue.
Impresionado por el trabajo del fotógrafo, Liberman le encomendó numerosos viajes, incluyendo uno a Cusco donde Penn, lejos de concentrarse en el paisaje turístico o situaciones pintorescas, fotografió a los habitantes de la ciudad en sus trajes tradicionales contra el mismo lienzo con que había fotografiado a tantas estrellas antes, dejando que su personalidad se impusiera por sobre cualquier entorno.
A partir de la década de los 80, cuando ya se empinaba hacia los 70 años y su magnífica retrospectiva en el Museo de Arte Moderno había consolidado definitivamente su legado fotográfico, Penn decidió concentrarse rigurosamente en su pintura.
Ahora, por primera vez, cerca de treinta de sus obras serán expuestas en la Galería Pace de la calle 57 en Nueva York a partir del 13 de septiembre y durante un mes. La muestra ofrecerá una oportunidad única para conocer otro aspecto de este, uno de los creadores más admirados del siglo XX, y comprender la relación que siempre mantuvo entre su fotografía y su trabajo plástico. Las obras –la mayoría realizadas en medios mixtos de acuarela, pintura, collage y, en ocasiones, fotografía– mantienen la limpieza estética de sus imágenes editoriales y publicitarias, pero incorporan un puzzle de elementos aparentemente desligados entre sí –una máquina de coser, el cráneo de una calavera, un jarrón vacío– que las hace bordear el surrealismo y el cubismo, dos vertientes también presentes, aunque en forma menos evidente, en sus fotos.
Ahora la fascinante imagen de Penn se presenta, finalmente, completa.