En este luminoso departamento de Quito,  el estilo ecléctico se traduce en la búsqueda constante del equilibrio entre lo efímero y lo eterno y las formas infinitas en las que este o puede expresarse sobre un basto fondo blanco.

México, Costa Rica, Dubai, India, Pakistán, Bután….. todos estos territorios ocupan un mismo espacio, en forma de objetos, de alfombras, de esculturas, de muñecas, de pinturas, etc. Juan Carlos Álvarez (Costa Rica), abogado, y Miguel Flores (México), florista, crearon juntos un hogar que, desde el inicio, fue pensado para ser un lugar flexible y en donde convivieran en armonía lo antiguo y lo moderno, lo constante y lo fugaz. “Como cambiamos frecuentemente de país, tratamos de siempre buscar un departamento que fuera blanco, como un lienzo lo que le da color realmente son los cuadros y las alfombras” dice Juan Carlos.

“Sí el blanco y la luz nos encantan; de hecho decidimos no poner cortinas en la sala y el comedor” agrega Miguel.

Juan Carlos y Miguel llevan casi trece años construyendo una vida nómada. En su departamento hay un juego de agradable tensión entre piezas extremadamente antiguas y elementos modernos y hasta disruptivos. El mármol y la madera, como materiales predominantes, también generan una interesante oposición que se repite, sobre todo en el mobiliario, el mismo que fue traído de México en su mayoría, y en el que también predomina el blanco. En cuanto a piezas icónicas, los más importantes autores están en las paredes, aunque en el comedor podemos ver cómo se combinan las sillas Ghost de Philippe Starck con otras hechas a la medida, en tono azul.

“Es como ser un caracol… La vida de nosotros la vamos cargando en las espaldas, vayamos a donde vayamos y eso hace que tengamos un sentimiento de hogar. Porque es muy bonito vivir en un país y otro país y otro país. Pero si llegas a un departamento amoblado, pues se pierde todo el carácter y el sentido de hogar. Cuando llegas a otro país, el espacio nuevo es un cascarón vacío. Pero cuando ves que del contenedor empiezan a salir tus cosas, que tienen un valor emocional importante, pues, estás en tu casa” explica Juan Carlos.

COLECCIONAR EL MUNDO

“Todas las piezas han sido compradas en muchas partes del planeta. Lo que hacemos es, en lugar de comprar souvenirs, comprar piezas de arte que nos inspiren algo, para tener un recuerdo de los diferentes momentos de la vida que hemos tenido en esos lugares y que nos siguen a cualquier parte. Cada vez que nos mudamos, tiene que curarse lo que llevamos a la nueva casa.

Hay cuadros en Costa Rica que, por ejemplo, no hemos traído. Hay otros que están guardados. Por ejemplo, en Dubai hubo como seis o siete cuadros que nunca vieron la luz” cuenta Juan Carlos. Y así, la casa se va llenando de muchas voces, visiones y colores. Es un hogar, es un relato y una galería.

Todas las alfombras provienen de Pakistán y Afganistán. Cada una tiene su propio estilo, pero predominan las técnicas del Stone Washed y Deep Dyed en sus tratamientos. Muchas muestran sig- nos de deterioro que se exponen como una decisión consciente. “Me gusta que se vean partes desgastadas y se cuente la historia de la pieza. Cuántas personas han caminado por ahí, quién sabe qué ha pasado…” dice Juan Carlos.

En cuanto a las piezas de arte, no hay una sola habitación que no las contenga. En la entrada hay dos monjes chinos, comprados en un anticuario en Tailandia. De hecho, compraron uno primero y años después volvieron a la misma galería y se llevaron al segun- do, para que permanecieran juntos. Entre la sala y el comedor, se creó una especie de división con una serie de elementos, todos de un origen exquisito y exótico: sobre un baúl antiguo de la India, descansa un títere en forma de mujer traído de Indonesia. De lado y lado aparecen erguidas dos columnas que en algún momento sostuvieron las ventanas de un templo, también en la India. El cuadro del perro en la entrada es del español José Bardeta y tiene un efecto tridimensional interesante.

En la sala se destaca un cuadro grande con un rostro rojo que muestra a un lady boy asiático y es el punto focal del ambiente. “Es de un artista de Camboya. No se sabe si es niño o niña. Lo compré en una galería en Siem Reap” recuerda Juan Carlos. En a sala, frente al espejo, sobre un pedestal luce un monaguillo portugués, comprado en una iglesia de Goa, India. Más allá se asoma un cuadro azul de Chantal Mazin. El árbol de la vida es la única pintura de la India; los cuadros en la India son extremada- mente costosos. El cuadro del comedor es un cameo del artista mexicano Alekxey Sabido.

Los dormitorios también exhiben obras importantes. La pintura del cuarto master muestra a la familia conformada por Juan Carlos, Miguel y su perro Bachu (que en indi significa ‘bebé’). Es una pintura comisionada, hecha por un artista de mucho renombre, Abdullah Qureshi, a quien llegaron por amigos en común en Islamabad: “Cuando se hizo el cuadro, no estábamos todos en el mismo lugar, por lo que al artista le tocó trabajar el cuadro a través de Facetime y fotografías” cuentan. El cuadro del cuarto de huéspedes, más allá de ser muy excéntrico, y estridente, llama la atención por el contexto en el que fue creado: su autora Alta Khan, es una artista pakistaní muy joven, que pinta sobre temas socialmente inaceptables en su país y que resultan aún más llamativos por ser una mujer quien los pinta, en un país que reprime a su género. Orquídeas, rosas, cartuchos y flores cherry se combinan con hele- chos y plantas voluptuosas estratégicamente ubicadas por todo el departamento, completando esta peculiar experiencia, en la que el arte, aunque nos sacuda, está hecho para echar raíces, sostener y equilibrar.